domingo, 25 de junio de 2017

LA IMPORTANCIA DE LA SEGURIDAD DURANTE LOS BOLOS


La otra noche, mientras estábamos actuando con la banda de versiones en un escenario cualquiera -no hace falta dar nombres de poblaciones, porque en todas partes hay de todo-, unos "iluminados" a los que la coca y el alcohol no les habían sentado excesivamente bien, decidieron que lo más divertido que podían hacer en ese momento era desatarle los cordones de los zapatos a mi compañero mientras estaba cantando e intentar atárselos cruzados para que se cayera.
Antes del siguiente tema, decidí, para evitar males mayores, pedirles que dejaran de fastidiar la actuación y a ver si había alguien de la organización -o que los conociera- que se los pudiera llevar aparte y terminar la fiesta en paz. Mientras decía esto por el micro, un lumbreras en cuestión -que parecía ser el cabecilla- empezó a desatarme a mí los zapatos, por lo que le aparté hacia atrás la cabeza y el tuvo la brillante idea de tirarme el contenido del cubata en la cara, que logré esquivar en buena parte, yendo a parar el resto esparcido por toda la batería.
Aunque tengo bastante mala leche, no acostumbro a ser una persona violenta, pero mi pierna saltó automáticamente como un resorte. No estoy acostumbrado a que me tiren líquidos a la cara mientras actúo y por un momento, tengo que reconocer que perdí los nervios y reaccioné sin pensar. Sólo unas décimas de segundo. Por suerte, pude frenar mi patada a escasos centímetros de su nariz y evitar así males mayores. Después de este percance, tuve que aguantar los insultos del gallito y sus coleguillas entre tema y tema y la cosa no fue a más porque nuestro road manager se puso de por medio para poner un poco de paz y reconducir la situación. Pese a todo el esfuerzo que pusimos y que creo llevamos la situación bastante bien, el ambiente final de la actuación aquejó el incidente y el público se enfrío un poco: lo que hasta entonces había sido un bolo genial, nos dejó un sabor de boca ligeramente amargo.


Y es que en nuestro oficio nos encontramos con gente maravillosa y amable, que le gusta -y sabe- divertirse y viene a las fiestas a pasarlo bien con sus colegas y a disfrutar del ambiente. Pero también nos topamos con un reducido número -por suerte- de gilipollas que sólo están en el mundo para joder y a los que gustosamente les partirías la cara si no fuera porque en esos momentos estás trabajando, representas a una empresa y no puedes permitirte según qué reacciones naturales. Por no hablar de la multa que te puede caer, pues muchas veces las leyes tienden a defender al imbécil, como si nuestros gobiernos quisieran cultivarlos y mimarlos para que se reproduzcan y tener así una sociedad cada vez más dócil y aborregada.
Y todos estos problemas tendrían fácil solución: con las orquestas quizás no sea tan necesario, pero en las actuaciones de las bandas de versiones se deberían poner SIEMPRE vallas de separación entre el público y los músicos, pues a partir de cierta hora algunos energúmenos van de diversas sustancias hasta las cejas, bien regados en alcohol, y los problemas pueden producirse en cualquier momento por cualquier tontería. Además, también se evitaría esa costumbre de algunas personas egoístas que deciden que el mejor momento para pedirte un tema es cuando estás presentando la siguiente canción, llamándote a gritos y cabreándose si, normal, no les haces caso. Uno de los amigos del lumbreras anterior era de estos.
Y tampoco estaría de más que hubiese alguien -de la organización o contratado- impidiendo que gente del público subiera al escenario sin permiso, pues cuando esto sucede, los artistas no podemos ni cantar tranquilos, ni hacer nuestras coreografías y existe el peligro latente de que algún instrumento -de precio normalmente elevado- se rompa y se tenga que suspender el bolo y, si hay mucha mala suerte, incluso la gira entera, pues ciertas cosas son difícilmente sustituibles. Muchas veces, esos 5 minutos de gloria salen carísimos.
En otra de las bandas que estuve, cuando faltaban escasamente 20 minutos para terminar una actuación, se colaron en el escenario por la parte trasera 20 chicos con cubatas que empezaron a saltar y gritar, montándose su propia fiesta y jodiendo la de todos, pues dejaron el escenario impracticable, lleno de cubitos de hielo, charcos de bebida y material eléctrico mojado. Nos vimos obligados, por seguridad, a dar por terminada ahí la actuación. Pero tanto a ellos como al resto de sus colegas no les pareció bien la cosa y empezaron a abuchearnos y tirarnos cosas. Acabamos escoltados por la Guardia Civil para recoger los trastos y salir del pueblo.

Y es que no es normal que los músicos o los cantantes tengamos que ser los encargados de bajar a la gente del escenario, porque nosotros estamos ahí arriba para conectar con el público y conseguir que pasen una noche de puta madre saltando y cantando los temas. Si te conviertes en el malo de la película y los obligas a bajar, la "magia" se pierde, el feeling desaparece y se corre el peligro de que alguna lata de cerveza o cubito de hielo te pase rozando la cara, como nos ha pasado más de una vez.

En fin, que con un gasto mínimo se podría conseguir que las actuaciones fuesen mucho más seguras y que los artistas, sintiéndonos a salvo y pudiendo estar relajados y concentrados, pudiésemos dar lo mejor de nosotros mismos y dar bolos mucho mejores, disfrutando todos muchísimo más y convirtiendo noches tristes en otras para recordar. No se debería esperar a que sucedan cosas para poner hilo en la aguja. Entonces sale bastante más caro.

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